Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

domingo, 10 de diciembre de 2017

167) Genocentrismo XXI


Genocentrismo XXI.


Manu Rodríguez. Desde Gaiia (10/12/17).

 

*

 

*Hay dualismos excluyentes, belicosos, agresivos… con respecto al ‘otro’. Hablo de dualismos étnicos, religiosos, políticos, culturales... Allí donde  al ‘otro’ (cualquiera éste sea) se le demoniza. Se establece una batalla entre el ‘yo’ o ‘nosotros’ (étnico, religioso…), y el ‘no-yo’ o los ‘otros’. Aquí el dualismo se convierte en un instrumento de agresión, de guerra, de exterminio…
Con estos dualismos estamos lejos del dualismo etológico o conductual que es, antes que nada, ‘interno’ o psicológico. El doble camino o la doble posible actuación que se nos abre a cada paso que damos. La libertad de elección. La recomendación de elegir el camino bueno para la vida, el que la potencia o regenera. ¿Qué tiene que ver todo esto con el dualismo excluyente y ofensivo?
El dualismo del que aquí hablamos contrasta claramente con los dualismos étnicos (etnocéntricos), religiosos, políticos, económicos, culturales… donde la finalidad es dividir y enfrentar a las poblaciones. Tampoco es un dualismo cosmológico, metafísico, ontológico, biológico, antropológico, soteriológico, o escatológico (apocalíptico). Es un dualismo, como venimos diciendo, psicológico y conductual (ético o etológico), y se aplica únicamente a los miembros de la especie humana.
Únicamente los seres humanos podemos ser considerados responsables de nuestros actos –en virtud de nuestro psiquismo y de nuestra libertad (en virtud de nuestra misma naturaleza). A la conducta del resto de las formas vivas no le pueden ser aplicadas las categorías éticas, aún cuando algunas de estas formas vivas puedan sernos perjudiciales o dañinas y traernos enfermedades o desgracias (virus, bacterias, depredadores…). Al mundo abiótico (la naturaleza físico-química) tampoco se le pueden aplicar categorías éticas, me refiero a toda suerte de fenómenos físico-químicos o geofísicos beneficiosos o perjudiciales (terremotos, inundaciones, sequias…) para los seres humanos o el resto de las formas vías –el agua, la tierra, el aire, la luz (solar), el fuego… nada tienen que ver con la conducta, tal y como este término puede serle aplicado a los seres humanos.
Debemos ceñirnos a los miembros del cariotipo específico humano. A su etología y a su ecología. A su conducta en este planeta viviente, a su manera de convivir, de cohabitar, de ser, de estar… y a las consecuencias que sobre el planeta y otros seres humanos tienen nuestras actividades; si éstas son buenas o son malas para el planeta viviente. El resto de la naturaleza (viviente y no viviente) está exenta de tal responsabilidad.
Es nuestra naturaleza (nuestra morfología, nuestra fisiología…), el cómo estamos ‘hechos’, lo que marca la diferencia con el resto de las formas vivas (diferencia que podemos considerar abismal). No somos como el resto de las formas vivas.
El destino de la especie humana no es el de la mera supervivencia, o el ‘dominio’ del planeta. La especie humana debe aprender a convivir constructivamente con el resto de las formas vivas y con el medio abiótico. Tiene la función de cuidador, de sanador, de reparador… de este planeta viviente. La especie humana es la especie superior, el vértice de la evolución, allí donde la vida se manifiesta en toda su plenitud.
El ‘plus’ que caracteriza a la especie humana es también el origen de su responsabilidad.
Nuestro comportamiento ha sido (y es) altamente destructivo. Es un comportamiento ciego, inconsciente, irracional, absurdo, loco, destructivo, devastador. Una etología y una ecología impropias de nuestra inteligencia, de nuestra naturaleza, de nuestra ‘superioridad’. Somos conscientes de esto que digo. Y podemos cambiar nuestro modo de vivir, nuestro modo de ser. Podemos elegir entre maneras de proceder, de estar, de ser…
En el cariotipo humano la sustancia viviente única se hace presente, se manifiesta, se hace sentir. La libertad de elección en el cariotipo humano es la libertad de la vida. El dualismo del que hablamos se atiene a la conducta de la vida en el cariotipo humano. Es la vida que somos la que tiene el poder de elegir entre un comportamiento y otro.
Es la inteligencia de la vida la que nos dice que así no podemos continuar; que el deterioro medioambiental, que no cesa, pone en peligro la misma vida; que nuestra conducta, en general, es perjudicial para la misma vida.
Ni el resto de las formas vivas, ni el mundo abiótico, pues, están afectados por el dualismo que digo. Únicamente los miembros de la especie humana. Dualismo psico-ético, si pudiéramos decir. Un dualismo que afecta a la mente, y a la conducta.
La buena disposición hacia el otro o lo otro, o la mala disposición hacia el otro o lo otro. Los buenos o malos pensamientos (intenciones, propósitos, deseos…), las buenas o malas actividades, acciones, o conductas.  El espíritu, el ánimo, el talante, la actitud… de un lado, y la conducta, el comportamiento, el hacer, el ser, el estar… del otro. La conciencia, y la conducta. Qué pensamos, y cómo nos comportamos. Qué pensamientos son los óptimos, y qué conducta es la óptima para con la vida y la no-vida entorno.
El entorno biótico (no humano) y abiótico es irreprochable y puro. No hay buenos y malos aquí, aún cuando se den casos perjudiciales para la vida humana o la vida en general (epidemias, desastres naturales…). Hay inocencia; no hay culpa.
Es la vida en el cariotipo humano la única que puede responder; la única a la que se le puede pedir cuentas. La vida se interpela a sí misma; se interroga, se juzga.
La vida dividida, y enfrentada consigo misma. Es una batalla que se hace patente únicamente en los seres humanos. Se trata de encontrar un camino, el camino óptimo para la vida. Cómo vivir, como convivir…
El papel del hombre en la naturaleza viviente y no viviente en este planeta. El cariotipo humano tiene un papel fundamental en este planeta debido a nuestra diferencia específica, a nuestra peculiar naturaleza, a nuestra potencia (intelectiva, volitiva...). Somos indudablemente el vértice de la evolución en este estadio de la evolución de la vida. La especie indudablemente elegida por la misma vida (la sustancia viviente única). Porque es la misma  vida la que se ha proporcionado un fenotipo que le hace posible tener la palabra. Porque somos la misma vida.
La responsabilidad del ‘hombre’ es la responsabilidad de la vida. El cariotipo específico humano es el dispositivo fisiológico adecuado para que la vida salga a la luz.
No se trata de antropocentrismo aquí. El hombre es un medio, un instrumento, un vehículo para la vida. El protagonista de nuestros actos no es el hombre sino la misma vida. En el cariotipo humano es la vida en todo momento el sujeto único de la actividad (de lo que pensamos, de lo que decimos, de lo que hacemos…). No hay otro sujeto, ni en el cariotipo humano, ni en el resto de las formas vivas.
Es pues, en último término, un discurso dirigido a la vida. De nuevo, la vida se dirige a sí misma, se interroga, se interpela, se juzga… Es en el cariotipo humano donde se cumple este ‘juicio’. Un juicio a la vista del comportamiento de los individuos y los colectivos humanos. Se trata de juzgar si el modo de vivir de los humanos (nuestra etología y nuestra ecología) –hasta el presente– favorece o perjudica a la vida.
Hasta el momento nos comportamos ciegamente, sin medir las consecuencias de nuestros actos. Se diría que no nos diferenciamos del resto de las formas vivas. Pese a nuestra inteligencia. No reflexionamos, no meditamos… Nos comportamos de manera irracional, absurda, impropia… El egoísmo individual y colectivo, la violencia, las guerras permanentes, la explotación salvaje, la peligrosa contaminación del medio entorno que pone en peligro la vida…
El resto de las formas vivas ignoran las consecuencias de sus actos, nacen, viven, se reproducen, mueren… Los desastres ecológicos que puedan darse son de mínimas consecuencias. No así en el caso de los humanos. Con nosotros los desastres ecológicos se acumulan. Por no mencionar los desastres humanos que los propios humanos se causan entre sí (guerras, masacres, matanzas, exterminios…). Llevamos la lucha por la existencia a unos niveles de ferocidad ‘monstruosa’, loca, irracional... No sólo el medio ambiente, o el resto de las formas vivas padecen nuestra ‘potencia’ mal llevada, también nuestros semejantes padecen nuestra ciega codicia y ambición. No tenemos barreras. Hacemos literalmente lo que nos da la gana, sin importarnos las consecuencias, o el dolor que causamos a nuestros semejantes.
Es la locura, la inconsciencia, la irracionalidad… Algo impropio de nuestra naturaleza, de nuestras facultades, de nuestro ser.
*Regenerar la existencia. Establecer unas condiciones ‘simbólicas’ de existencia acordes con nuestro ser (viejo y nuevo; descubierto, reencontrado); crear un nuevo ‘mundo’, un mundo genocéntrico, una cultura (y una conciencia) genocéntrica planetaria. Más allá del hombre, de la criatura…
¿Cuál es nuestro papel entonces? ¿Para qué nuestra inteligencia, nuestra luz? ¿Qué cometido, qué destino…? ¿Qué función en el ecosistema planetario?
Este planeta, la ‘tierra’, es la morada de la vida. Es una morada construida, o mejor, optimizada –la atmósfera que ‘hoy’ respiramos es en buena medida obra nuestra. El comportamiento ciego, irracional, de nuestra especie está poniendo en peligro este ‘paraíso’ nuestro.
Digo el comportamiento como especie, como ‘humanos’. El comportamiento antropocéntrico (egocéntrico, etnocéntrico…) es un comportamiento pre-genocéntrico. Es el comportamiento de nuestra especie antes del conocimiento, de la revelación de la sustancia viviente única. Ahora sabemos de nuestra íntima naturaleza, de nuestra esencia, de nuestro ser.
Un inesperado saber, una autognosis que no fue anunciada, predicha o profetizada. Los colectivos humanos aún no han asimilado este conocimiento cierto; esta llegada al núcleo de los seres vivos, a lo viviente mismo. La llegada al Uno, al ser viviente único que somos.
Cuanto más sabemos de la vida más sabemos acerca de nosotros mismos.
Este saber cambiará necesariamente nuestra manera de vivir en este planeta. Cambiará la ‘conciencia’ de los humanos. Se extenderá la conciencia genocéntrica. Se inicia un proceso de cambio radical a largo plazo. Seremos otros, radicalmente otros.
Un camino se abre para toda la humanidad. El camino de la vida. Por primera vez. Hasta ahora parecíamos obligados por las leyes de la ‘naturaleza’, como el resto de las especies, como seres faltos de libertad. Este conocimiento cierto acerca de nuestro ser nos libera. Otra cosa que humanos somos ahora. Ahora somos la vida. La vida libre. Libre para no seguir por el camino que vamos, para andar otro camino; para vivir de otro modo. Nuestro ser renovado, reencontrado. Un nuevo ser somos.
Ahora se cumple la libre elección y la elección del camino de la vida. El nuevo saber esclarece nuestra posición, y nos abre un camino nuevo, ignoto, inesperado, luminoso, fecundo…
Diga lo que se diga es ahora cuando se abre el camino de la vida; cuando se hace posible la elección (a escala colectiva).
No se trata de liberaciones personales, sino colectivas. O todos o ninguno. Ésta es la cuestión. Todos los miembros del cariotipo humano han de pasar por la transformación. Tarde o temprano se logrará.
El periodo purgativo, el ‘mono’, las recaídas… La transformación, el paso a la otra orilla, el puente que nos separa…
El conocimiento cierto acerca de nuestro ser es el transporte, la nave que nos conduce a la otra orilla. Basta poner el pie en esta nave…
No es un credo esto que digo, es un saber.
Otra conciencia, otro ser… La conciencia del ser que somos, que siempre hemos sido.
Este conocimiento y esta conciencia vienen en los tiempos más necesitados, más oportunos. De lo que se trata ahora es de una salvación colectiva, pero no de la especie humana, sino de la vida (y sus condiciones de existencia). Es la vida la que corre peligro ahora. El legado humano: un planeta desquiciado, alterado, estresado; desertizaciones, sequias, inundaciones; la vida que languidece, que se extingue aquí y allá. La vida, el fuego, la luz que se apaga… En socorro de la vida parece venir este conocimiento oportuno. En el último momento, se diría.
La vida, el fuego, la luz, el ser, la verdad… Nuestra vida, nuestro fuego, nuestra luz, nuestro ser, nuestra verdad…
Conciencia biológica, genética, ecológica… La vida (que somos) consciente de sí. Esta conciencia y esta vida crearán el mundo nuevo, regenerarán la existencia. 
La milenaria civilización por venir. Nuestro futuro. El gobierno de la vida. La vida que discierne, que reflexiona, que pondera, que decide… La vida como medida y centro. No el dominio, sino la sabia gestión del planeta es lo que viene. En el nombre de la vida.
El mundo, la vida, la existencia por venir –por construir, por crear. Todo por hacer.
Nuestra especie tendrá un pasado humano (antropocéntrico, fenocéntrico) y un futuro post-humano (biocéntrico, genocéntrico).
Desde la vida; como vida hemos de pensar, hablar, hacer… Una poesía, una música, una filosofía… Un arte y un pensamiento dignos de la vida, a la altura de la vida. Es Xenus/Nexus, el Uno, el que ahora piensa, habla, hace… El único sujeto, el único protagonista, el único creador.
A tal vida, a tal ‘sujeto’, no le satisfacen ya los modos humanos, sus obras, o su sabiduría. Tal ‘sujeto’ necesita otras palabras, otras obras, otra sabiduría…
Crear, establecer, fundar el nuevo mundo, la nueva existencia –el nuevo ‘éthos’. Desde las ciencias de la vida, desde la sabiduría de la vida. Todos los aspectos de la cultura se transformarán, se adecuarán a la vida. Una nueva conducta generalizada –genocéntrica, biocéntrica, ecológica… Los hogares, la alimentación, las ‘artes’… las actividades todas. Las relaciones individuales, sociales, globales… Todo cambiará.
El partido de la vida. La vanguardia. Movimientos de opinión. Algo más que ecología (superficial o profunda) hay aquí. Se trata de una revolución radical, una radical transformación. Llegar a ser lo que somos, aquello que somos.
El partido de la vida. Un movimiento cultural, simbólico… hacia un futuro genocéntrico. No político, no económico… Una vanguardia cultural, espiritual… Muestras, semillas de futuro. Hacia la regeneración.
Conciencia biológica, ecológica. Pero no desde el hombre (no antropocéntrica), sino desde la vida (genocéntrica).
Lo primero es identificarnos con la vida, pero no con la vida animal, sin más, o la vida en general, sino con la sustancia viviente  única, con la sustancia genética.
Hay que sostener la distinción entre la materia viviente y la materia no viviente; entre el mundo viviente y el mundo no viviente (lo biótico y lo abiótico). Que no hay sino una única sustancia viva –la sustancia genética–, y que en toda criatura opera la sustancia genética como sujeto único de toda actividad.
La vida es una y la misma en todos y cada uno de los organismos que pueblan el planeta. Es la misma vida (la misma sustancia) en esta o en aquella criatura; el mismo ‘ser’. Esto es lo que nos vienen a decir las ciencias de la vida –la genómica. Este saber lo cambiará todo.
En el cariotipo humano es la vida la que piensa, o habla, la que se comunica con la vida otra.
La vanguardia de la vida. Los renacidos. Los campeones. La conciencia (genocéntrica) nueva. Las nuevas criaturas. Las primicias. Los primeros.
Cuidar de la vida es cuidar de nosotros mismos. Garantizar la presencia de la vida en este planeta; garantizar el futuro de la vida –nuestro futuro. Ésta es la labor.
Nosotros somos la vida. No esta o aquella vida, sino la vida única. Yo diría que no necesitamos más que esta conciencia y este saber para comenzar el nuevo periodo. Transmitir esta conciencia y este saber a los venideros. Nuevo mundo, nueva vida, nueva existencia.
El nuevo período, la nueva vida. La vida consciente de sí. Éste es el futuro; el destino de la vida en el cariotipo humano. Lo que vendrá inexorablemente. El destino que le tenía reservada la misma vida a nuestra especie. La autognosis.
Un futuro  ignoto, por realizar. Un futuro genocéntrico, post-humano. El sujeto ahora es la sustancia viviente única.
Cambios en la manera de vivir, de pensar, de hablar, de actuar… Una conducta adecuada al ser nuestro, viejo y nuevo, reencontrado.
Ya es hora de que la vida se haga cargo de la vida. No el hombre, sino la vida.
Un futuro regido por la vida, llevado por la vida. Es la vida la que discierne ahora, la que decide, la que pondera, la que juzga lo que es bueno o malo para la vida –para Nos.
El nuevo ‘éthos’. La nueva con-ducta; el nuevo morar, con-vivir, co-habitar, com-portarse… Los nuevos usos y costumbres por venir.
Lo primero es la conciencia de sí genética. Es preciso allegarse a la perspectiva genocéntrica –a la mirada de la vida. Con ello la vida que somos cobra conciencia de sí, se re-cupera. Esta conciencia (este saber) es el punto de partida, la puerta, el acceso, la condición necesaria para un futuro otro. Es una conciencia que ilumina, ilustra, instruye… guía, conduce. Una conciencia (y un saber) providencial que ya nunca nos abandonará.
Sólo la identificación con la sustancia viviente única puede traernos otra vida, otra existencia, otro mundo. .  La conciencia genética. Y hablo a nivel colectivo.
Seamos de aquellos que regeneran la existencia…
*
Hasta la próxima,
Manu

No hay comentarios:

Publicar un comentario