Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

lunes, 9 de septiembre de 2013

98) Proselitismo arya

Proselitismo arya.

Manu Rodríguez. Desde Europa (09/09/13).


*


*Que nuestros pueblos recuperen el nexo con sus culturas y con sus antepasados. Que  volvamos a ser cultural y espiritualmente aryas. Alcanzar la conciencia arya, y a nivel colectivo. Volver a situarnos en el mundo como aryas (étnica y culturalmente aryas), y no como universalistas cristianos, musulmanes, socialistas o demócratas. Y, repito, a nivel colectivo. Si no, no haremos nada, no conseguiremos nada.
Proselitismo arya entre los arya. Difundir nuestra aryanidad (étnica y cultural) entre los nuestros –sólo para nuestros oídos. Volver a recuperar a nuestra gente. Recordarle a nuestra gente quienes son –sus orígenes, sus culturas, sus historias...  Reavivar el fuego arya; que volvamos a cultivarlo en nuestros hogares.
Que nuestros pueblos vuelvan a pensar desde sí mismos; que vuelvan a centrarse en sí mismos. Que se tengan en cuenta a sí mismos. Sólo así advertirán los peligros que nos rodean –cómo peligra nuestro ser étnico y cultural; cuán tenebroso aparece nuestro futuro. El acoso que padecemos. Y sin armas.
La indefensión actual de las naciones aryas, en manos de ideologías (semitas) altruistas, pacifistas, multiétnicas, multiculturales… que propician, que postulan nuestra aniquilación, nuestra disolución. Esa ‘salida’ del pasado nuestro (malo, previamente malignizado) en pos de ese hombre nuevo universal, transracial, transcultural, transnacional, cosmopolita… que nos predican –una vez más. Esa ‘liberación’ que exige el olvido de lo propio (del ser propio); el suicidio espiritual y cultural; el sacrificio de nuestra diferencia, de nuestra especifidad, de nuestra identidad, de nuestro genio, de nuestro ser biosimbólico ancestral.
Desbaratar los planes de estos nocivos predicadores, de estos tramposos. Detener y revertir el tempo –presto–  de nuestra extinción étnica y cultural. Renacer. Ésta son las tareas. ¿Cómo lo conseguiremos?
Lo primero que hay que tener en cuenta es que nuestros pueblos carecen de conciencia y de memoria puramente aryas (biosimbólicas). La semitización hizo lo suyo: erradicar, desarraigar. Los tiempos pre-cristianos de los diversos pueblos aryas europeos yacen finalmente en el olvido. Semi-destruidos, borrosos, distantes; malignizados, reprimidos. La desposesión blanca viene de lejos.
Volver a recuperar tales tiempos (y tales mundos), sin embargo, es una de las claves, si no la más importante, de nuestro renacer. Volver a recuperar el norte, la dirección, el sentido.
Los pueblos que han conservado sus tradiciones ancestrales y el vínculo con los antepasados, desde sus orígenes hasta los momentos presentes (chinos, japoneses…), sí tienen conciencia y memoria biosimbólicas, y caminan hacia su futuro. Los pueblos que han sido masiva e intensamente cristianizados, islamizados y demás tienen la conciencia y la memoria tomadas, poseídas, instrumentalizadas; una identidad espiritual prestada, ajena. Carecen de futuro propio. Un mundo simbólico extranjero les domina; una conciencia y una memoria otras, un genio otro mueve sus miembros y habla por su boca. Almas escindidas, rotas; con un antes y un después. Alejadas de sus orígenes, y morando espiritualmente en tierra extranjera.
Nuestra línea del tiempo y nuestros mundos fueron quebrados, rotos. Nuestra memoria. Nuestra rama del árbol de la vida.
Recordemos que nuestro pasado pre-cristiano yace, además, denigrado: obra del diablo, era del pecado, era de la ignorancia; tiempos oscuros, salvajes, bárbaros, ‘irracionales’, ‘paganos’ (agrestes, silvestres, incivilizados)…  Y que  el renacimiento arya de los tiempos recientes (la experiencia germana), tras su frustración y  derrota, camina por el mundo caracterizado por los vencedores como la imagen misma del ‘mal’ (universal). Todo lo nuestro está, pues, anatematizado, señalado, maldito; prohibido, perseguido, difamado.
Estos son los grandes obstáculos: la antigua alienación cultural y el consiguiente exilio espiritual (la aculturación y la enculturación padecidas cuando (y desde) la cristianización); y la proscripción de lo arya (viejo y nuevo) en todos los rincones del planeta. Estos son los estigmas actuales de los pueblos blancos o aryas europeos –las losas que pesan sobre todos nosotros.
Atrapados; enredados. Paralizados. Así nos tienen. Sin otra salida, parece, que el sometimiento, la claudicación, la ‘conversión’ –esto es, nuestra desaparición. Para mayor gloria de los impostores. Otro pueblo caído, otra cultura extinguida. Otra victoria.
Estos milenarios devoradores de pueblos y culturas (los que enarbolan dioses y credos universales –semitas y otros); estos enemigos natos de los pueblos; estos genocidas culturales son el verdadero, el genuino mal universal. El obstáculo universal. Lo único que pone seriamente en peligro la existencia misma de los pueblos (la aparición de tales credos, de tales dioses en su seno –vengan de dentro o de fuera). Desde su nacimiento atentan contra el otro, contra cualquier otro –no puede haber otro (otros dioses, otros pueblos, otras culturas…). El árbol de los pueblos y culturas del mundo está dañado, mutilado, irreconocible, desfigurado… por su causa; de la multitud de ramas arrancadas; de la multitud de pueblos sacrificados a sus dioses. Sólo ellos (sus ramas) prevalecen y prosperan  –crecen y engordan (haciendo suyos a los pueblos devorados).
El retorno a los orígenes de los pueblos culturalmente alienados es una revolución que queda. Poner las cosas en su lugar –a cada uno (pueblo) en su lugar. Sólo afianzados en nuestros orígenes podemos aspirar a un nuevo comienzo. Pero no un comienzo universal y único para todos los pueblos, lo que sería una nueva alienación universal; sino un comienzo privativo y único para cada pueblo alienado. Que se recuperen los pueblos, que recobren la conciencia y la memoria de lo que fueron, y de lo que son (la restauración de la línea del tiempo de egipcios, persas, europeos…). Un despertar. Una nueva mañana, un nuevo renacimiento; una nueva aurora para cada  pueblo.
*Todos los caminos de reflexión que tomo me traen una y otra vez al mismo lugar. Un lugar donde nuestra vida y nuestra muerte, nuestro ser y nuestro no-ser, nuestro bien y nuestro mal… se enfrentan; combaten. Lo que nos hunde y lo que nos eleva; lo que nos aniquila y lo que nos vivifica. De un lado: nuestra alienación cultural, nuestro extrañamiento espiritual; nuestra ignorancia (que es olvido), nuestra ceguera, nuestra inconsciencia... Nuestra sombra, nuestra noche, nuestra nada. Del otro: limpiar la honra de los pasados, y avivar la de los presentes. Recomponer la figura de nuestra gente; recuperar la plenitud y el ser. Vuelta a casa. Rememorar. Reanudar. Renacer, rebrotar. Un nuevo ciclo, una nueva primavera.
Hasta el momento nos vence, nos puede la muerte; nos deslizamos como por una pendiente hacia el no-ser. ¿Cómo detener esta caída? ¿Cómo inclinar la balanza hacia la luz, la claridad, y el día; hacia la vida, el ser, y el futuro?
Necesitamos los aryas más peso, más número; mayor presencia en el mundo. Más fuerza, más conciencia, más memoria. Sumar y sumar… Crecer y crecer... No tenemos otra salida –si queremos tener un futuro. De otra manera nos hundiremos más y más en la muerte y en el olvido –dejaremos de ser, habremos sido.
*
Saludos,

Manu