Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

viernes, 28 de junio de 2013

95) Mens arya in corpore arya

Mens arya in corpore arya.

Manu Rodríguez. Desde Europa  (26/06/13).


*


*Tendríamos que considerar los blogs aryas, o de contenido arya, como espacios sagrados, como lugares para el consenso y no para el disenso. Digamos que aquí se viene para sumar y multiplicar, y no para restar y dividir. Los comentarios a los post han de ser constructivos o positivos; deben aumentar, completar, enriquecer el texto o la propuesta.
Deben, pues, estar excluidos todos los comentarios no específicamente aryas, sean pro-judíos, pro-cristianos, pro-musulmanes, pro-hinduistas o pro-budistas (o de cualquier otra tradición religioso/cultural no arya); e igualmente las críticas destructivas o desmoralizadoras. Éstas sólo fomentan la división y las discusiones estériles en nuestras filas –y son la alegría, por ello mismo, del enemigo.
(Dicho sea de paso. Adviértase cómo el enemigo utiliza nuestras diferencias nacionales o ideológicas para enfrentarnos. Adviértase también cómo es el enemigo mismo, en buena medida, el que introduce las diferencias ideológicas (religiosas o políticas) que nos dividen y enfrentan.)
Después de cientos de años ignorándonos, ahora queremos escucharnos a nosotros mismos. Lo primero en las circunstancias presentes es el reencuentro de los aryas, la toma de conciencia racial y cultural de los pueblos blancos. Todo lo que impida o perturbe tal reencuentro, o que confunda a nuestra gente, ha de ser eliminado.
Hace sólo doscientos años que se iniciaron los estudios indoeuropeos. Es un nuevo comienzo lo que vivimos, una suerte de ‘reconocimiento de los hermanos’, una experiencia estremecedora.
Tenemos que ganarnos el corazón y la mente de todos los aryas europeos. Éste es el espíritu, a mi manera de ver. Tenemos que convencer, persuadir, enamorar, seducir… a nuestros hermanos indoeuropeos. Ésta es la labor.
*Hay poca cultura indoeuropea o arya entre nuestra gente, y, por consiguiente, escasa mentalidad arya. Apenas unos pocos conocen a los grandes indo-europeístas (Dumézil…), o profundizan en la historia o cultura de nuestros pueblos. La ignorancia al respecto en nuestras filas es lacerante. Los estudios comparativos sobre las diversas tradiciones lingüísticos-culturales aryas son fundamentales para tener una idea clara acerca de quiénes somos.
Nuestros pequeños deben aprender acerca de nosotros, sobre nuestros diversos pueblos. Cuándo y dónde aparecieron en la historia, las posteriores dispersiones; la evolución y la historia de los distintos grupos, sus respectivos legados… E, igualmente, la pérdida o destrucción de nuestras culturas (cuando la cristianización). La desposesión blanca tuvo allí su comienzo.
Aún no somos un pueblo, esto nos pasa. Y por ello carecemos también de un futuro cierto y favorable –tendremos que conquistar primero la unidad y ganarnos ese futuro.
No tenemos un espíritu claro y unificado. Nuestros grupos tienen que excluir a todos los discursos no específicamente aryas de sus filas. Hemos de lograr una pureza espiritual puramente arya (indoeuropea). Los aryas tenemos nuestras propias tradiciones culturales (espirituales, políticas, filosóficas, literarias…).
El esoterismo más extravagante (Guenon, Evola, Cleary, entre otros) sigue pululando en los textos pseudo-aryas que nuestros muchachos leen con avidez, sigue haciendo estragos entre nuestra gente; sigue confundiéndolos y apartándolos del camino, de nuestro camino –el camino arya.
Sucede que se le presta una atención casi exclusiva a la raza, desatendiendo los aspectos espirituales o culturales (aquí vale cualquier cosa). ¿De qué nos vale la raza si el espíritu muere? ¿De qué nos valen hombres y mujeres con apariencia arya (blanca, caucásica) pero con espíritu judeo-mesiánico, musulmán, o budista? ¿No es esto, acaso, lo que ya tenemos?
No es sólo la raza, el cuerpo, la apariencia física. Necesitamos también almas aryas. Aryas de cuerpo y alma, en definitiva. “Mens arya in corpore arya”. Es de vital importancia que las comunidades aryas sean eso, comunidades aryas. Es fundamental nuestra homogeneidad racial y cultural. Esto es, los mismos fundamentos étnicos y culturales; los mismos intereses, los mismos fines.
Un solo pueblo, un solo espíritu… Éste es el camino. No nos engañemos al respecto. Que no nos engañen otros.
La unidad espiritual de un pueblo es la clave. Esa unidad, tanto más que la raza, garantiza el futuro de ese pueblo. Y esto lo sabe el pueblo que tanto hace por destruirnos (el pueblo judío y sus engendros –cristianismo, islamismo, marxismo…).
*No sólo el legado genético, pues, también el legado simbólico. Raza y cultura.
Lo que unía a los individuos en la antigüedad eran las identidades étnicas y lingüístico-culturales. Fue, además, la conjunción raza-cultura la que nos dejó las grandes y pequeñas culturas que hoy por hoy son patrimonio de toda la humanidad. Las grandes civilizaciones del pasado: la sumeria, la egipcia, la persa, la china, la japonesa… las culturas amerindias (inca, maya, azteca…), y las culturas de pueblos sin escritura a lo largo y ancho del planeta. Tales culturas eran (y son, las que sobreviven) culturas étnicas.
Los pueblos blancos tenemos que conocer mejor nuestra historia, nuestros orígenes. Somos creadores de grandes culturas en el pasado, algunas extintas (hitita, arya védica…), otras destruidas (griega, romana, germana, celta, eslava…) –debido en gran parte a la cristianización de nuestros pueblos. Los estudios comparativos indoeuropeos concernientes a nuestras diversas lenguas y culturas proclaman nuestra unidad. El orgullo blanco tiene que tener en cuenta este legado lingüístico-cultural, esta riqueza espiritual (no sólo la raza).
Las culturas étnicas comenzaron a desaparecer en el periodo de los grandes imperios multiculturales del pasado. El mestizaje étnico y cultural acabó con ellas.
Es en este contexto multiétnico y multicultural de los grandes imperios del pasado donde surgen las ideologías universales (trans-étnicas, trans-culturales).
La destrucción de pueblos o naciones fue también el medio para instaurar nuevos ordenes homogeneizadores que fueran más allá de las diversas etnias y culturas que componían aquellos imperios. Hacían falta otros instrumentos, otras ideas para unir y dirigir a las masas. Valían para ello las religiones universales de salvación personal que surgieron en su momento aquí y allá (budismo, cristianismo…).
También las actuales ideologías políticas internacionalistas cumplen esa función. Éstas son transnacionales y transculturales, como aquéllas; valen para todo hombre y todo lugar. La finalidad era (y es) tan sólo dominar a los diversos pueblos mediante creencias e ideologías adecuadas.
No otra cosa está detrás de la cristianización de Europa, cuando Constantino y Teodosio (y después, con los monarcas-guerreros germanos y los posteriores eslavos). Estos instrumentalizaron los ‘consignas’ universales judeo-mesiánicas; les vino bien para su ambición de poder (tal dispositivo ideológico). Así se llegó a la alianza entre los belicosos guerreros y los astutos sacerdotes; a la alianza entre la espada y la cruz.
A aquellos que dicen que nuestra grandeza y nuestra fuerza se la debemos al cristianismo hay que decirles que sin el genio y la potencia arya el cristianismo se hubiera hundido en la mediocridad y en la miseria. Fuimos nosotros los que hicimos grande al judeo-mesianismo, y no al contrario. Fuimos el vector perfecto para estos miserables parásitos.
El cristianismo fue para nuestros pueblos no sólo un lastre y un obstáculo, también fue una máscara, un instrumento de alienación y de dominio en manos de hombres sin escrúpulos –de infieles, de desertores, de traidores a sus antepasados y a sus ancestrales tradiciones.
Nuestros pueblos perdieron no sólo la libertad y la luz cuando la cristianización, perdieron también la dignidad, el orgullo, y el honor –superar ese humillante período es la única manera de recuperarlos.
Recuperar la conciencia racial y el legado cultural y espiritual de nuestros pueblos no es poca cosa.
*Tenemos que repensar nuestro aryanismo o nuestro indo-europeísmo. Hemos que pasar de lo particular germano, celta o eslavo, a la totalidad arya o indoeuropea.
Los pueblos blancos necesitamos urgentemente lo que MacDonald denomina ‘estrategias evolutivas de grupo’. Necesitamos recuperar nuestras identidades colectivas ancestrales, nuestros orígenes étnicos y culturales (pre-cristianos), esto es, nuestra naturaleza arya o indoeuropea –nuestras  señas de identidad biosimbólicas. Es nuestra garantía de futuro. Los pueblos aryas (helenos, romanos, celtas, germanos, baltos, eslavos…) tenemos un origen común, estamos étnica y culturalmente emparentados. Una vez fuimos un pueblo, tenemos que volver a serlo.
Son razones étnicas y lingüístico-culturales ancestrales las que nos identifican, y nos unen, a nosotros los aryas europeos.
Nuestra raza, nuestras tierras, y nuestras culturas (recuperadas). Esto es lo que debemos preservar, acrecentar, y legar a los venideros. Éste es el yugo; éste es el legado.
*
Hasta la próxima,

Manu

domingo, 23 de junio de 2013

94) Sobre el valor de las raíces culturales de los europeos

Sobre  el valor de las raíces culturales de los europeos.

Manu Rodríguez. Desde Europa (22/06/13).


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*Siempre me parece que las palabras han de ser usadas de un modo determinado. Las palabras hay que pensarlas. Antes de usar una palabra debemos sopesarla, medirla, investigarla desde su origen; establecer ciertos criterios (siquiera sea personales) para su uso, atenerse a estos criterios. Advertir también de la polivalencia semántica, de los múltiples usos de los términos de la lengua, de su evolución, de su manipulación posible...
Los procesos de aculturación y enculturación que padecimos cuando la cristianización de nuestros pueblos trajeron consigo también algunos cambios semánticos, la reelaboración o re-interpretación de ciertos conceptos (religión, sagrado, profano, pagano…).
Llevamos, por ejemplo, siglos considerando como profanas las instituciones y tradiciones no específicamente cristianas. Los sacerdotes cristianos aplicaron, y nos enseñaron (nos obligaron, más bien) a aplicar, el término ‘sagrado’ a la sola tradición judeo-mesiánica. Nuestras tradiciones, instituciones, o costumbres (griegas, romanas, germanas, celtas…) fueron desautorizadas, desacralizadas. ¿No es este un entuerto lingüístico-cultural que hay que corregir, o enderezar? ¿Cómo pasar de largo ante esta impostura? Nos afecta; se trata de nosotros, de nuestro pasado.
Otro cambio tuvimos con el término ‘pagano’,  que de designar las costumbres y tradiciones de los campesinos, y a los campesinos mismos, pasó a designar a todos los (individuos, pueblos, o culturas) no cristianos. Éste era un uso peyorativo del término, pues el término ‘pagano’ tenía connotaciones con términos como inculto, no cultivado o no civilizado. Este cambio en el significado vino a decir que lo cultivado o civilizado estaba del lado cristiano; y que lo pagano era lo salvaje, lo inculto, lo rústico, lo indocto…
Debemos excluir, pues, la palabra ‘pagano’ de nuestro vocabulario. Nosotros no somos paganos o neo-paganos, somos aryas, y tenemos (o tuvimos) nuestras culturas: griegas, romanas, germanas, eslavas, celtas… Son varios los términos (despectivos, por lo demás) que judíos, cristianos, y musulmanes han usado o usan para denominar a los pueblos que aún conservan sus propias culturas o tradiciones, a los pueblos aún no alienados o no contaminados. No les sigamos el juego.
Del término ‘religión’ ya vimos en el post anterior que tiene, en principio, dos usos (el romano y el cristiano). Recuerdo a los lectores que el uso romano designaba un acto en virtud del cual un ciudadano romano renovaba los votos de fidelidad a las propias tradiciones (públicas y/o privadas); y el uso cristiano del término  designa un conjunto de creencias, ritos, y cultos.
Es, lamentablemente, el uso cristiano el que se ha generalizado, e incluso universalizado. Todo el mundo entiende hoy la religión a la manera cristiana. Y tanto los que aprueban la religión como aquellos que la rechazan, lo hacen desde la interpretación y el uso cristiano de este término. Se ven las antiguas tradiciones a la manera cristiana.
Desde el uso cristiano del término se tiene un campo muy restringido de la cultura. Se busca la religión como algo separado del resto de la cultura, como una aislada parcela sagrada.
No se puede aplicar el uso (el filtro) cristiano del término para considerar las tradiciones pre-cristianas (o las tradiciones o culturas étnicas en general). Se busca lo mismo: un conjunto de creencias, y unos actos de culto, básicamente. Se ignora el carácter vinculante, y en muchos casos sagrado, que tenían otros aspectos de la vida como, por ejemplo, el derecho o la arquitectura.
Piénsese en la cultura japonesa, por ejemplo, y en el carácter religioso (religante, vinculante) de muchas de sus tradiciones (la ceremonia de té, el tiro con arco…). Tomemos también como ejemplo el pueblo chino. Se dice que la religión predominante en China es la ‘tradicional’. No tienen otra religión que sus propias tradiciones (incluido Confucio, Lao Zi, Sun Tzu…). Un conjunto, una constelación de tradiciones varias les ‘religan’ y les hacen ‘uno’. Son chinos de cuerpo y de alma. Como debe ser.
Al igual que estas culturas, el mundo griego, o el romano, no se limitaban a un conjunto de creencias, ritos, y normas éticas. Ninguna cultura, en verdad, se puede reducir a eso (o, en otro orden de cosas, a un puñado de consignas políticas, o filosófico-políticas).
Lo que religaba y unía a los romanos (y a los griegos, y a los germanos… y a los chinos…) no era un conjunto de creencias, o ritos,  sino un conjunto de tradiciones muy diversas entre sí (dioses o primeros principios, derecho, arquitectura (trazado de ciudades o poblaciones), oráculos, culto a los antepasados, juegos, festividades varias…).
Los pueblos no necesitan otros mundos religantes que sus propias culturas; la múltiple cultura elaborada a través de las generaciones.                       
Y un ciudadano europeo no necesita otra religión que su propia historia y su propia cultura. No necesita que le prediquen otra religión que no sería a su vez sino otra cultura (la hebrea, la árabe-musulmana, la india, la china…).
¿Cuál es nuestra religión, pues? Nuestra religión es (son) los pueblos y las culturas indoeuropeas. Esto vengo a decir. Mi fidelidad religiosa se la debo a mi pueblo y a mi cultura. Nuestra raza y nuestras culturas, ésta es la religión arya o indoeuropea.
Esta actitud religiosa hacia nuestra propia cultura y nuestro propio pueblo nada tiene que ver con la que sostienen paganos, neo-paganos, odinistas, gente de Asatru, wiccanos, esotéricos o teósofos del tipo Guenon, Evola, y más recientemente el estadounidense Collin Cleary (artículos en Counter Currents). Estos, con sus sincretismos indeseables, y sus torpes y erráticas invocaciones al hinduismo y al budismo (tradiciones nihilistas y, por ello mismo, anti-aryas). Digamos que son los antípodas de nuestro ser, junto con cristianos, musulmanes y similares.
Los autores canónicos al respecto son los buenos y grandes estudiosos de las lenguas y culturas indoeuropeas. Estos son los que verdaderamente están rescatando del olvido y adecentando el legado que nunca se debió abandonar.
Estos mundos tenían (y tienen) más valor de lo que a primera vista pudiera parecer. Conformaban la memoria histórica colectiva de nuestros pueblos; los mantenían unidos en el espacio y en el tiempo. Hacia atrás y hacia adelante; hacia el pasado y hacia el futuro. Les proporcionaban recuerdos, memoria; armas espirituales; espíritu épico y heroico; sabiduría; les preparaba para lo por venir.
*Para sopesar el valor de las raíces culturales (todas) sugiero que se observe cómo el enemigo procura desarraigarnos una y otra vez. Saben del valor de tales raíces, de tales fundamentos. Y nos quieren bien desarraigados.
(Unas palabras sobre el enemigo y el mal. El enemigo no es otro que aquel que procura nuestro mal. El mal no es otra cosa que aquello que nos hace mal. No estamos ante enemigos o males universales.  Son enemigos y males relativos a nosotros: aquel o aquello que nos hace daño, que nos debilita, que nos empobrece… deliberada o indeliberadamente.)
No para de hablar, el enemigo, de la vieja y la nueva fe; del viejo y del nuevo hombre; del abandono del viejo mundo nuestro y de la adopción de un mundo nuevo y extraordinario (un mundo semita, en todo momento y lugar –parece que nos persiguen). Hablo de las ofertas paradisíacas que nos vienen del universalismo judeo-mesiánico de ayer, pero también del internacionalismo judeo-proletario y del universalismo judeo-demoliberal de hoy.
Privar a los pueblos de su pasado era (y es) privarlos de su futuro.  Esto lo sabía, y lo sabe, nuestro enemigo. Por ello el privarnos de los fundamentos de nuestro ser simbólico; el roer las raíces; el minar el soporte, el suelo sobre el que descansamos, el camino  por el que vamos, el mundo nuestro en el que vivimos y somos. Primero hay que vaciar el nido de huevos propios para poder colocar el huevo ajeno (el nuevo mundo, la nueva fe, el nuevo hombre).
Lo primero que procuran hacer es reducir a cero la memoria histórica y colectiva de los pueblos mediante la censura y la crítica de sus culturas y tradiciones (de los propios mundos). Esto acaba siempre dando sus amargos frutos: desmoralizando a la población, minando la confianza en las propias tradiciones... introduciendo el malestar en la propia cultura. Ahora como entonces (cuando Roma).
Al cabo del tiempo el pasado propio, de tan negado, de tan descuidado, de tan deteriorado, puede caer o ser demolido sin ninguna consideración. En último término, es pernicioso, es malo (la perspectiva judeo-mesiánica).
Hace ya siglos que escuchamos, e inexplicablemente toleramos, las conceptualizaciones negativas que, de nuestras culturas y de nuestro pasado, pone en circulación el enemigo: Obra del malo (del diablo); era del pecado; era de la ignorancia; superestructuras ideológicas elaboradas por los poderosos para tener sometida a la población; pasado supersticioso y mágico de los pueblos (lejos de la ciencia, de la razón, de la verdad)… Se invalidan,  se destruyen, se niegan de una u otra manera, una y otra vez, los ancestrales y autóctonos mundos nuestros.
Estos caminos y mundos trazados, creados por mis antepasados. Pensados y hechos para nosotros, sus herederos. En todo momento proyectados hacia el futuro.
*La rama arya del árbol de la vida. Con sus lenguas y culturas. Ese espacio, ese reino. Esta rama que es hoy un árbol majestuoso y florido. Nuestro hogar espiritual. Aquí, como runas talladas en la corteza (en el ‘córtex’), se conservan las palabras y los hechos de tu pueblo y el mío –toda  nuestra historia, toda nuestra labor; todo nuestro haber. Nuestro orgullo también, y nuestro honor.
Defendamos este árbol del viejo dragón y de los innumerables gusanos que mordisquean sus raíces –los fundamentos de nuestro ser biosimbólico. También de aquellos que asaltan su copa, su cima, su Asgard, su Olimpo, su cielo –todos los impostores y usurpadores venidos de fuera con sus cielos ajenos.
Cultivemos este nuestro árbol, nuestras señas de identidad, nosotros los pueblos aryas. Que sea nuestro soporte y nuestra inspiración; nuestra tierra y nuestro cielo. En presencia de este cosmos sobrehumano. Enriquezcamos la herencia, el legado. Multipliquemos las obras, las actividades. No para todos. Sólo para nuestra gente, para nuestro pueblo; para nuestro genio, para nuestra estirpe. “Ad maiorem aryarum gloriam” (AMAG).
*
Hasta la próxima,

Manu

miércoles, 12 de junio de 2013

93) Sobre religión y cultura

Sobre religión y cultura. Dedicado al Sr. Jaume Farrerons.

Manu Rodríguez. Desde Europa (011/06/13).


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*“Sea Europa la causa de los europeos de las presentes y  futuras generaciones. Sea Europa nuestra tierra sagrada. Sea la cultura europea nuestra religión. Con éstas consignas venceremos”. Estas palabras constan en el frontis de más arriba. El lector que inicie la lectura de este post puede alzar un poco la vista y las verá. Coronan el blog.
Vaya por delante que considero un disparate el discutir la pertinencia o no de algunos aspectos de nuestras viejas culturas frente a la filas del enemigo. Promover debates tan nocivos para nuestra lucha. A estas alturas. Un sistema inmune enloquecido. Éste es el aspecto que ofrecen multitud de webs, blogs, y foros de los grupos nacionalistas o identitarios europeos. Discutiéndose, negándose unos a otros. Ni la menor ‘co-herencia’, ni la menor unidad. Pura diversión para el enemigo: los gentiles se pelean entre sí en la arena.
Todo esto mientras que el noventa por ciento de nuestros pequeños europeos sigue recibiendo una educación judeo-mesiánica que promueve el universalismo, el pacifismo, el altruismo… Cuando deberían estar recibiendo una educación arya inspirada en nuestros mitos o relatos históricos; una educación étnica, épico-heroica. Una moral de combate. Cabe imaginar la fuerza de una generación así instruida. (Véanse los textos de H. Stellrecht (“Fe y acción”, 1938) que César Tort incluye de vez en cuando en su blog (http://chechar.wordpress.com/).
No comprendo cómo desde nuestras filas no se acaba de reconocer que la reivindicación de los aspectos míticos o fabulosos de nuestras viejas culturas pre-cristianas tiene su importancia y su valor en nuestra lucha (y me atrevo a decir: de cualquier forma que se haga). Que es un aspecto esencial para acabar con ciertas debilidades,  carencias, y olvidos; para completar nuestro ser. Que es esencial tener en cuenta ese legado, esa herencia común. Que nos viene bien, que nos fortalece su rescate o recuperación. Que se trata de recuperar la memoria colectiva desde los tiempos más remotos; de recuperar el ser milenario nuestro; de llegar a ser lo que somos.
Tenemos que ser cada vez más indoeuropeos,  más aryas. Más dentro de nuestros mundos (de aquí y de allá; míticos, filosóficos, científicos, o políticos; pasados y presentes), más dentro de nuestro ser milenario. Encarnar. Ser el indoeuropeo de hoy, de ayer, y de mañana; el arya eterno.
*La palabra ‘religión’ es hermosa y fecunda.  La ‘re-ligión’ romana implicaba una re-ligación deliberada y voluntaria de los individuos con su propia tradición. Un hombre ‘re-ligioso’, en tiempos pre-cristianos (romanos), era un hombre doblemente ligado a sus propias tradiciones (el ‘mos maiorum’ romano); respetuoso con los Padres, con los antepasados, fiel…
El uso que de la palabra ‘religión’ comenzaron a hacer los sacerdotes cristianos pervirtió por completo su primitivo uso. Ahora la ‘religión’ (el acto de re-ligación) no se cumplía en el interior de la cultura romana, sino en la tradición judeo-mesiánica, extranjera, que se nos imponía. Ahora el hombre religioso era el seguidor fiel de dichas tradiciones extranjeras, y no el ciudadano romano fiel a sus tradiciones todas (en las que todo era poco menos que sagrado).
Tenemos, pues, en principio, dos usos del término ‘religión’. El uso romano primitivo, y el uso cristiano. Podemos añadir un tercer uso de éste término que tiene que ver con los dos usos ya citados. La cultura de un pueblo es su religión, digo. Y llamo cultura al conjunto de tradiciones lingüístico-culturales compartidas y consensuadas por un pueblo y con las cuales el pueblo se identifica (su música, su cocina, su literatura, su arquitectura, su derecho, sus mitos… su historia toda). Y llamo religión a aquello simbólico que religa a una comunidad, a un pueblo, y le hace uno. Pero aquello simbólico que religa a la comunidad y la hace una es la propia cultura generada a través de las generaciones –algo propio, íntimo y colectivo.
Así interpretado, el término ‘religión’ no tiene otro contenido que la cultura: cuando decimos que la religión es ‘aquello simbólico que…’, el término ‘religión’ pasa de designar un acto y un comportamiento social (su uso primitivo), a designar una ‘cosa’, un ‘algo’, ‘aquello que…’. Y es la entera cultura ese algo sustancial que religa y hace uno a un colectivo, a un pueblo. La materia simbólica, el soma simbólico, el corpus lingüístico-cultural de un pueblo. La materia santa, sagrada.
Cambiar de religión es, desde este punto de vista, cambiar de cultura; abandonar la cultura/religión de tu pueblo, de tus antepasados todos, y adoptar una religión/cultura extranjera (hebrea, árabe, india…) –enlazarte o religarte a otro pueblo; adoptar su destino, su legado, sus antepasados, su voluntad de futuro… como propios.  Algo aberrante, a mi manera de ver.
Los pueblos aryas o indoeuropeos, pues, no necesitamos una religión otra –que  no sería sino una cultura otra. Aquello simbólico con lo que nos identificamos y que nos une, que es nuestra cultura, es nuestra religión. Esto digo.
Se trata de establecer un pacto religioso (de fidelidad) con nuestras tradiciones lingüístico-culturales todas. Se trata de tener por sagradas las palabras y las obras del propio pueblo. Y lo que esto conlleva.
Añado que esta consideración ‘religiosa’  y ‘sagrada’, de nuestras propias culturas es una condición necesaria, aunque no suficiente, para vencer a nuestro multiforme enemigo. Es un pilar fundamental de nuestro ser. Eleva el orgullo, la dignidad, el honor. Proporciona fuerza, firmeza, legitimidad en la lucha.
La fidelidad religiosa al propio pueblo, a la propia historia, y al propio legado, confieren fortaleza y entereza a los pueblos, y les garantiza la pervivencia, el futuro. Si pudiéramos educar a nuestra próxima generación bajo estas premisas, tendríamos garantizada media victoria.
*El camino se hace de palabras y obras; yo tengo las mías,  tú tienes las tuyas, y cada cual tiene las suyas. ¿Por qué dices que estoy engañado o equivocado (aunque de buena fe, apostillas); por qué quieres que abandone mi posición y adopte la tuya –que abandone mi voz, mi mirada y mi ser, y adopte los tuyos?
No quieras duplicarte. Es el mal de Narciso –aquel  que no ama más que su propia ‘imagen’ (su propia representación, su propio mundo). El que sólo se ama a sí mismo. El peor amante. El peor amigo. No ha lugar para el amor y la amistad en el reino de Narciso. Éste no quiere voces a su alrededor, sino ecos de su voz.
Ve tu vía, Jaume. Deja estar, deja ser. ¿No ves que no va contra ti lo que aquí se dice; no ves que lucha contra el mismo enemigo? Cada cual tiene sus armas; sus modos y maneras; su mirada, su ser. Y hay muchos frentes en esta guerra; y muchas posiciones que reconquistar o recuperar.
Combatamos juntos, y cada uno con sus propias armas. Venzamos juntos al multiforme enemigo. Tú cortarás y enmudecerás aquellas cabezas, yo haré lo mismo con estas, y aquél hará otro tanto con las de más allá…  Y entre todos acabaremos con nuestro mal. De esto se trata en esta guerra.
*La actividad que realizamos hunde sus raíces en la tierra y,  más allá del espacio intermedio,  se eleva al cielo. Las raíces  del  acto fortalecen  la tierra; sus ramas y frutos llenan  la  atmósfera; su cima soporta la bóveda y consolida el cielo.
La tierra es la comunidad, la madre comunidad –en nuestro caso, la comunidad arya. El espacio intermedio o la atmósfera es el espacio heroico, el espacio del guerrero; el espacio de Heracles, de Indra, de Thor… de Atenea Promachos. El cielo es la memoria colectiva ancestral y propia; el espacio de los antepasados (desde que tenemos memoria hasta nuestros días). Es el espacio donde se encuentra el secreto de nuestro ser simbólico. El cielo arya. Lo que no debe caer, nunca.
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Saludos,

Manu

lunes, 3 de junio de 2013

92) Un pueblo sin pasado es un pueblo sin futuro

Un pueblo sin pasado es un pueblo sin  futuro. Respuesta a un comentario de mi último post.

Manu Rodríguez. Desde Europa (03/06/13).


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*El Sr. Farrerons cae en un error, por desgracia, muy generalizado: la distinción entre religión y cultura. Ya respondí a estas cuestiones en el post nº 84 (Carta abierta…) y en el siguiente nº 85 (De mi correspondencia) –éste último con comentarios que le envié directamente por correo electrónico en dos copiosas cartas y que no parece que haya leído o si acaso tan sólo superficialmente (de no ser así no repetiría las mismas cosas como si nada hubiera sido dicho por mi parte). He abundado en ello desde hace años. Ruego a los lectores interesados que repasen algunos de mis antiguos post (el nº 80, por ejemplo). También pueden solicitarme el ‘Desde Europa’ (textos desde el 78 o 79 hasta el 2005).
En su comentario a mi último post (dedicado a Dominique Venner) se ignoran o manipulan mis palabras. Yo no hablo de religión sino de cultura. Mi máxima es “la cultura (total) de un pueblo es su religión” –pues es la cultura la que religa a un pueblo y le hace uno.
La confusión semántica entre religión y cultura fue introducida en nuestra Europa por los sacerdotes de divinidades extranjeras (judeo-mesiánicos), e igualmente el uso del término ‘religión’ aplicado exclusivamente a la tradición semita que se nos impuso. El Sr. Farrerons puede leer los post citados, o los correos que le envié  (que, insisto, no parece que ni siquiera haya leído –en tal caso hubiera cambiado o renovado sus argumentos).
Los griegos, por ejemplo, no tenían religión, tenían cultura. Y otro tanto podemos  decir de los restantes pueblos indoeuropeos, y aún del resto de los pueblos originarios del planeta –no alienados culturalmente (no cristianizados, no islamizados,  no proletarizados, o no globalizados). Pero sobre esto ya hablo en los post más arriba reseñados (y constantemente en lo que escribo, pues ciertos lectores no acaban de enterarse).
*He repetido en mis escritos desde hace años que “la cultura de un pueblo es su religión”. Para el caso europeo (o las tradiciones europeas) tan religantes o simbólicos son personajes como Homero, Hesíodo o Píndaro,  como Euclides, Newton  o Darwin. Son ‘hechos de cultura’ –de la cultura de un pueblo. Es el legado cultural de nuestros pueblos en su conjunto, en su totalidad –desde que tenemos memoria–, de lo que se trata. ¿Por qué prescindir del disfrute y de las enseñanzas que podemos encontrar en Homero, Esquilo… Ovidio… los Eddas, el Mabinogion… o los Vedas (por extenderme al entero ámbito arya o indoeuropeo)?
Al reivindicar la cultura europea yo no me sitúo sino en el comienzo, como debe ser, allí donde nuestra memoria y nuestro conocimiento alcanzan. Y ésta es la memoria que deseo para mi pueblo. No la mermada por la aculturación  e inculturación judeo-mesiánica, o la posterior musulmana, o la actual materialista o marxista; o la que él comentarista propone invocando una ya desusada teoría cultural. 
Nosotros no tuvimos religiones sino culturas. La visión acerca del ‘estadio religioso superado’ o que estas ‘religiones conducían a la verdad racional’ es un tanto tópica y decimonónica; vale decir, obsoleta: se supone que hay un primer estadio ‘religioso’ y un posterior estadio ‘científico o racional’ de la ‘humanidad’. No hay ya antropólogos culturales que sostengan tan errada  visión acerca de nuestro pasado. Los que así pensaban o piensan no parece que le hayan dedicado más que unos minutos a la cuestión del verdadero valor de una cultura, al hecho lingüístico-cultural en su conjunto y a su multiforme variedad.
Los valores (estéticos, éticos, políticos, filosóficos…) de un pueblo no sólo se encuentran en sus discursos más ‘racionales’ (signifique lo que signifique a estas alturas esta palabra). No por estar más ‘racionalizados’ tales valores son más verdaderos o reales. Visión tópica y decimonónica donde las haya, repito (y muy marxiana, muy semita, hay que decir). ¿No valen para nada Píndaro o Esopo? ¿Cómo se puede estar tan seguro de que no hay valores o nada que aprender en nuestras fábulas o en nuestros mitos? ¿Por qué alejar a nuestros hombres y mujeres de esa parte esencial de su propia existencia biocultural? Tales creaciones culturales forman parte de las señas de identidad de los pueblos, y marcan sus pautas axiológicas desde el principio.
Tenemos entonces mitos, fábulas, apotegmas, enigmas, oráculos... Estos, sin solución de continuidad, enlazan con los tratados científicos (Euclides, Arquímedes, Ptolomeo, Hiparco), o políticos (Aristóteles…), y otros. Y no uno después del otro, sino al mismo tiempo, y probablemente desde el origen (según nos muestra la antropología cultural contemporánea). Digamos que tenemos el lenguaje alegórico (mito, fábula, oráculos o enigmas), que permite diversas lecturas –por su deliberada ambigüedad u oscuridad–, y un lenguaje llano y directo (logos). En ningún momento se abandonó el lenguaje alegórico, que siguieron usando los poetas y artistas en general. No sé bajo qué visión o filosofía una sabiduría (o un recurso lingüístico) excluye a la otra. Son áreas no comparables, y no excluyentes, dentro de una misma cultura; cada cual con su esfera de uso o aplicación. Son maneras de hablar, o formas de representación. Es la potencia del lenguaje (y de nuestra mente). Es riqueza simbólica a nuestro alcance.
Mitos, fábulas y demás tenían un uso en la vida cotidiana de nuestros antiguos pueblos. Diré además que estos recursos lingüísticos tienen más que ver con el espacio que con el tiempo –son, en cierta medida, intemporales. Son espacios de configuración, micro-estructuras donde los elementos tienen un valor abstracto. El uso que se hacía de estos relatos (y que aún se hace o se puede hacer) es el que actualmente hacemos con los refranes. Decimos, por ejemplo, “tanto va el cántaro a la fuente…”, y aquí los términos ‘cántaro’ o ‘fuente’ son meros signos abstractos. Nosotros usamos estas estructuras cuando vienen a cuento, y no precisamente para hablar de cántaros y fuentes. Estamos ante coincidencias o analogías estructurales. Es un arte, me atrevería a decir, el aplicarlas correctamente en tales o cuales circunstancias.
El lenguaje es más complejo, rico, y plurívoco de lo que se suele pensar. Y esto lo sabían nuestros antepasados y nos dejaron una buena muestra de ello en sus variadas formas y en sus numerosos relatos. No hay, pues, ni dioses ni monstruos ni héroes,  sino signos, figuras, símbolos de la lengua.
Esto que digo acerca de los pueblos neolíticos o históricos sucede igualmente en los pueblos cazadores-recolectores supervivientes. Nuestros antropólogos nos muestran que en tales pueblos lo mismo se usa el mitos que el logos (uso estos términos para simplificar). Esto es, no son pueblos ‘atrasados’ o atrapados en un ‘periodo superado de la humanidad’. Saben en todo momento lo que dicen y cómo lo dicen. Dominan todos los recursos del lenguaje.
Yo no reivindico, pues, la religión de mis antepasados, sino las culturas de mis antepasados; mis genuinas raíces, en pocas palabras. Ese desarraigo, esa tachadura o borradura que el Sr. Farrerons, y otros, proponen, en nombre de cierta modernidad (superficial o interesada), deja a los pueblos sin pasado, simplemente (y un pueblo sin pasado es un pueblo sin futuro). Es, por lo demás, el arma usada habitualmente para desarraigar a los pueblos y someterlos a diversas homogeneizaciones (religiosas o políticas): el menospreciar o censurar, bajo pretextos espirituales o racionales, su pasado pre-cristiano, pre-musulmán, o pre-marxista.
Siguiendo esta lógica pseudo-materialista y pseudo-racionalista Mao arremetió contra la ancestral tradición china, la de su propio pueblo. El pasado pre-marxista o pre-comunista chino estaba ya, según tal perspectiva, superado. De haberse prolongado su revolución ‘cultural’ lo hubieran conseguido, hubieran destruido la memoria colectiva ancestral de su propio pueblo. ¿Por qué; en nombre de quién o de qué; con qué finalidad; con qué derecho?
(¿No estamos ante el  mismo caso que con los cristianos y musulmanes cuando definen el periodo pre-cristiano o pre-musulmán de los pueblos como ‘era del pecado’ o ‘era de la ignorancia’ respectivamente? ¿O la destructiva globalización (el universalismo) demo-liberal que hoy se impone a velocidad de vértigo en todos los rincones del planeta?).
Es una actitud ciertamente procrustiana, propia de autócratas. Cortar  la raíz de los pueblos, desarraigarlos, privarlos de su memoria histórica. Un nuevo comienzo desde ‘mí’ (‘moi’). Éste es el pensamiento de los judíos, de los cristianos, de los musulmanes, de los comunistas, y de otras ideologías ‘revolucionarias’ (religiosas o políticas).
Lo mismo da destruir, o enterrar, a tales períodos culturales tildándolos de ‘paganos’ o de ‘estadios irracionales superados’. Dicho sea de paso, lo de acusar a estas muestras culturales de irracionales denota ignorancia o incomprensión de sus temas y recursos. Aún más, yo no dudaría en llamar irracionales e inconsecuentes a los partidarios de mandar a la muerte y al olvido  siglos o milenios de cultura, y de su propio pasado. No saben ni lo que dicen, ni lo que hacen.
No podemos amputar, al gusto de tal o cual criterio pseudo-espiritual o pseudo-filosófico, nuestras señas de identidad. Negar un pasado que forma parte de nuestra psique colectiva. Pretender comenzar en un año cero cualquiera. Bien al contrario. Tenemos miles de años de historia y de experiencia. Hemos de tener presente en todo momento nuestra milenaria existencia.
Por los demás, el resultado de tal afán destructivo, cultural y espiritualmente hablando, no ha podido ser más desastroso. La reconstrucción del árbol de los pueblos y culturas del mundo, después de la aniquilación llevada a cabo por estas ideologías ‘revolucionarias’, se hace completamente imposible. El árbol de los pueblos y culturas del mundo, que es también el árbol de la vida, ha quedado desmochado, descabalado, roto. Lo que padecimos los pueblos privados de nuestras raíces culturales fue un etnocidio, un crimen biocultural.
Pues bien, a pesar de su evidente monstruosidad, los seguidores de tales visiones persisten en su idea de que hay que negar, ignorar, o destruir tal legado para dar a luz a esos nuevos hombres que nos proponen desde el universalismo cristiano, o el musulmán, o el comunista, o el de la nueva era demo-liberal.
Si estas propuestas lograran finalmente materializarse algún día, no quedarán en el planeta ni pueblos, ni razas, ni naciones, ni culturas (salvo las semitas y pocas más). Ése es el futuro que nos espera. Individuos desarraigados, sin saber, sin cultura, sin origen, sin identidad… Individuos sin pasado, sin presente, y sin futuro. Clones, zombis, almas muertas. Instrumentos fáciles de manejar. Esclavos. Esto es lo que, en último término,  se pretende.
*El Sr. Farrerons me recuerda a los ultra-ortodoxos de cualquiera de estas ideologías ‘revolucionarias’ de las que hablo –su actitud ante otras posiciones afines, digo. No parece que exista otro camino que el suyo. Son estas actitudes intransigentes y estas discordias vanas en las propias filas lo que engorda al enemigo común, y no la defensa y reivindicación de nuestras culturas pre-cristianas.
En uno de los correos que le envié puede leerse lo siguiente –lo incluí en el post nº 85 (en los dos últimos parágrafos): “Pienso que ‘disparamos’ hacia el mismo lugar, y que valoramos y potenciamos lo mismo; que estamos en la misma línea de combate aunque en diferentes posiciones. Estas diferentes posiciones, si bien situadas, se complementan, no hay que cambiar ni convencer al otro para que cambie de posición; cuanto desde más lugares se ‘dispare’,  tanto mejor. Los resultados que esperamos de nuestra labor son los mismos, la caída de un muro que nos impide (que impide a nuestros pueblos desde hace cientos de años) llegar a ser lo que somos.” Esperaba comprensión y respeto por mi lucha. Pero está claro que me equivoqué.
Por último, ha creado un foro (http://adecafcom.puntoforo.com/viewtopic.php?t=2210) pensando en mí, dice,  y en el que no participaré porque lo considero errado desde el principio por su mismo enunciado (“¿Es necesario recuperar las religiones arias”?), y porque, como antes dije, tergiversa o manipula mis tesis. No se trata de religión, se trata de cultura…
Bastó el silencio por mi parte para que hicieran su aparición la prepotencia, la jactancia, y la arrogancia del Sr. Farrerons y sus (exiguos) seguidores. Los lectores, también exiguos, de este blog mío, pueden consultarlo en el enlace que arribo incluyo.
A Balder, que participó como claque del Sr. Farrerons en el antedicho foro, le sugiero que lea las páginas finales del post nº 85.
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Postdata para alciones. Lo primero que tenemos que hacer con estos aspectos difíciles, o ‘esotéricos’ (podríamos decir), de nuestro legado es intentar comprender su sentido, su uso, y su valor para nuestros antepasados.
No creo que exista ningún tipo de ‘amusia’ (interpretemos aquí este término como ‘incapacidad para el lenguaje de las Musas’) innata para estos relatos. Tal vez prejuicios o perspectivas no adecuadas. Basta con dedicarles tiempo, esfuerzo, y algo más. Stendhal, al hablar del enamoramiento, usaba el término ‘cristalización’. Comparaba tal experiencia con el fenómeno que se advierte cuando dejamos una rama seca en el interior de las minas de sal de Salzburgo, al cabo de cierto tiempo ésta aparece recubierta de cristales de sal. Se refería, claro está, al recuerdo de la imagen de la persona amada en nuestra mente y a su creciente enriquecimiento y sublimación. La aproximación a estos aspectos de nuestro legado no está muy lejos de la experiencia amorosa. Se requieren igualmente la devoción y el fervor del enamorado.
Yo rogaría a estos alciones a los que me dirijo, a estos buenos lectores de signos, que acometan esta empresa. Les aseguro que no les defraudarán sus frutos.
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Hasta la próxima,

Manu